martes, 9 de noviembre de 2010

El alfar sin vasijas (I)

Hace ya frío en esta tarde de otoño tardío. El aire, arrastra haciendo juegos musicales las hojas de los chopos, y ha cesado el cantar de pájaros. Los pocos rayos de luz, que el sol cansado deja mientras se esconde, dan un tono rojizo a la plaza. Algún niño corre, algún otro pedalea, y otros en corro cantan el último juego del día.
Decido ya acabar este diario disfrute del no hacer nada, y en el mismo banco de siempre dejo mi periódico, se que el viejo Aurelio, que desde el portal de la iglesia me escudriña, espera ansioso este momento para ver si entre sus páginas encuentra la deseada noticia.
Hace ya muchos años que partió hacia allá, donde el cielo y el mar se juntan y la tierra no se ve, lejos, muy lejos de ella. Fueron tiempos duros y no fácil su decisión, pero si necesaria. Nunca lo explicó a nadie, nadie escuchó su despedida, tan solitaria como intrigante, fue su partida.
Elba, jóven y bella, de ojos azules y tez morena, negro su pelo, y angelical sonrisa, sus manos encalladas y sus ropas raidas. Amargas las horas por la soledad no buscada, pasaban con el trabajo, entre granos de sorgo y paja de cebada, así, fue consumiendo su vida.