miércoles, 6 de enero de 2010

Ese día fue

Fue ese día cunado supe quien era aquel hombre. Todos los días lo veía sentado tras la ventana de aquel  viejo edificio que hace esquina con el parque. A veces cuando detenía mi coche en el semáforo cruzábamos una corta pero intensa mirada, a penas unos segundos en que ambos sin gesto cambiado pareciera que conversáramos sobre extensas etapas de nuestras vidas, y luego, como todos los días en mi corto trayecto al muelle volvería a construir la vida de un rostro por lo que dice su mirada.
Aunque pareciera rutina, esta vez mi visita al mulle no es para salir con mi barco, cierto es que a la mar voy, pero este... este es un viaje muy diferente.
En mi familia hubo siempre un pesar callado, todos, a su manera cada uno, lo intentaban ahogar con el silencio y las historias de tiempos mejores, una estrategia que sin duda dió siempre muy buenos resultados para evitar que la amargura del recuerdo les quitara el aire que respiraban. Nunca entendí nada, siempre fuí demasiado pequeño para compartir aquél secreto, pero fué ya el momento en que mi madre con su temblorosa y cansada voz me hablara a sólas en la despensa, entre el olor a grano vino y café, el amargo de sus palabras.
Ahora siento el aire fresco que da en mi cara mientras observo la diligencia con la que los operarios del muelle sueltan las amarras. Unos instantes para mirar la luz de su ventana y meditar recordando sus palabras y entender que me encuentro zarpando en este barco precisamente por aquel hombre de la ventana ¿porqué ha jugado conmigo el destino? ¿porqué hasta ese día no conocí el secreto?
Me siento como un paladín a una misión de honor, cuando veo como ya la popa del barco deja atrás el espigón del puerto.