martes, 22 de mayo de 2012

El alfar sin vasijas (II)

Entre el barro y la arena las manos hundidas, sudorosa su frente y doloridas rodillas, Aurelio suspira. Llora en silencio el recuerdo. Toma con destreza del suelo una gran masa de arcilla que deposita en un estrépito gesto sobre el torno, y con hábiles movimientos de piés lo hace girar. Sin cambiar el semblante, ceño fruncido y mirada perdida, casi en unos instantes, de lo que fuera amorfo surgió una vasija. Con el mismo ademán cotidiano toma el objeto, lo lleva con cariño, con lentos pasos como quien mece a un bebé llega hasta el estante donde lo deposita en último lugar, con él acaba hoy su faena. Toma un jarro de agua y bebe, primero cortos sorbos, luego hasta ver su fondo de una tacada, sonríe. Mira entonces con detenimiento esmerado cada una de las piezas confeccionadas en el día, en cada una de ellas depositó una lágrima mientras la hacía, que ya la fresca brisa se encargaría de secar con lento pasar de horas.

martes, 9 de noviembre de 2010

El alfar sin vasijas (I)

Hace ya frío en esta tarde de otoño tardío. El aire, arrastra haciendo juegos musicales las hojas de los chopos, y ha cesado el cantar de pájaros. Los pocos rayos de luz, que el sol cansado deja mientras se esconde, dan un tono rojizo a la plaza. Algún niño corre, algún otro pedalea, y otros en corro cantan el último juego del día.
Decido ya acabar este diario disfrute del no hacer nada, y en el mismo banco de siempre dejo mi periódico, se que el viejo Aurelio, que desde el portal de la iglesia me escudriña, espera ansioso este momento para ver si entre sus páginas encuentra la deseada noticia.
Hace ya muchos años que partió hacia allá, donde el cielo y el mar se juntan y la tierra no se ve, lejos, muy lejos de ella. Fueron tiempos duros y no fácil su decisión, pero si necesaria. Nunca lo explicó a nadie, nadie escuchó su despedida, tan solitaria como intrigante, fue su partida.
Elba, jóven y bella, de ojos azules y tez morena, negro su pelo, y angelical sonrisa, sus manos encalladas y sus ropas raidas. Amargas las horas por la soledad no buscada, pasaban con el trabajo, entre granos de sorgo y paja de cebada, así, fue consumiendo su vida.

domingo, 29 de agosto de 2010

Britondela

Sírvase frío y sin consuelo, bébase acompañado.
Las golilondras surcan el cielo escarlata de tu entrecejo,
mirando tu sonrisa en el epsejo de tu duodeno,
saltan golinfrantes sin esperar otro invierno.
 En cambio yo,
con mi acuarela, transparente y desgastada,
raida como mi sombrero de amianto,
sigo esperando al heladero.
Si el pez que habita tu escaparate viera lo profundo de tus pupilas,
no esperaría ni un instante para fropengar en tu regazo, que por otra parte, nunca he visto.
Deja ya quieto el embelezo de Mercurio
porque orbitante perjurioso puede ser juicioso
y tratarse de un bulo.

jueves, 29 de abril de 2010

En la arena

Rasgado tu velo entreveo
tu negra piel me envenena
tumbada en la tórrida arena
arranca un latir en mi pecho
di que si y muero
di que no y ya estoy muerto

miércoles, 21 de abril de 2010

... y risas.

Sobre la blanca pared
tu silueta dormida,
y en  mis labios la hiel
de tu despedida.
Torna infame el verbo
que de amor fuere un verso y es ohora nada
ya no es ni recuerdo.
Flotan con la brisa entonces
música y sombras...
bailes y risas
sombras y nados
nados y risas

sábado, 13 de marzo de 2010

Mi mar y tu sal

Peina tu pelo amor
deja la luz en tu pecho escondida.
Rema suve ahora
boga en mi mar vida mía.
¿Sientes ahora la brisa?
¿y la sal?
descanso en tu sonrisa.


miércoles, 6 de enero de 2010

Ese día fue

Fue ese día cunado supe quien era aquel hombre. Todos los días lo veía sentado tras la ventana de aquel  viejo edificio que hace esquina con el parque. A veces cuando detenía mi coche en el semáforo cruzábamos una corta pero intensa mirada, a penas unos segundos en que ambos sin gesto cambiado pareciera que conversáramos sobre extensas etapas de nuestras vidas, y luego, como todos los días en mi corto trayecto al muelle volvería a construir la vida de un rostro por lo que dice su mirada.
Aunque pareciera rutina, esta vez mi visita al mulle no es para salir con mi barco, cierto es que a la mar voy, pero este... este es un viaje muy diferente.
En mi familia hubo siempre un pesar callado, todos, a su manera cada uno, lo intentaban ahogar con el silencio y las historias de tiempos mejores, una estrategia que sin duda dió siempre muy buenos resultados para evitar que la amargura del recuerdo les quitara el aire que respiraban. Nunca entendí nada, siempre fuí demasiado pequeño para compartir aquél secreto, pero fué ya el momento en que mi madre con su temblorosa y cansada voz me hablara a sólas en la despensa, entre el olor a grano vino y café, el amargo de sus palabras.
Ahora siento el aire fresco que da en mi cara mientras observo la diligencia con la que los operarios del muelle sueltan las amarras. Unos instantes para mirar la luz de su ventana y meditar recordando sus palabras y entender que me encuentro zarpando en este barco precisamente por aquel hombre de la ventana ¿porqué ha jugado conmigo el destino? ¿porqué hasta ese día no conocí el secreto?
Me siento como un paladín a una misión de honor, cuando veo como ya la popa del barco deja atrás el espigón del puerto.